El nuevo coronavirus causó pánico en las autoridades de Haití y las organizaciones de derechos humanos en razón de la extrema debilidad del sistema de salud, pero las consecuencias económicas de la pandemia podrían ser aún más devastadoras que las sanitarias entre la población mayoritariamente pobre.
Con ocho muertes, según el último balance oficial divulgado el jueves, la COVID-19 está recién en sus comienzos en Haití, donde el confinamiento y el distanciamiento social constituyen un lujo inaccesible para gran parte de los habitantes, que viven de la economía informal.
Los comerciantes callejeros de Petionville, una comuna ubicada en las alturas de Puerto Príncipe, la capital, protagonizaron manifestaciones contra el vano intento de la alcaldía de limitar su actividad a tres días por semana.
Las compras nerviosas que siguieron al anuncio, el 19 de marzo, de los primeros casos de COVID-19 en el país, luego decayeron, y hoy los clientes son muy mesurados en sus compras, más aún teniendo en cuenta que sus ingresos se han desplomado.
Los cereales constituyen dos tercios de los aportes energéticos diarios de los haitianos más pobres. Sin embargo, el precio del arroz aumentó más del doble en algunos mercados del interior del país en relación al año pasado.
La coordinación nacional de seguridad alimentaria destaca que la inflación se ha acelerado desde marzo.
El fuerte crecimiento de los precios que acompaña la epidemia agravará aún más la recesión económica que vive el país desde el último otoño boreal.
“Con la crisis que se avecina, es esperable que el crecimiento caiga 4% como consecuencia del colapso del sector agrícola, cuya demanda se reduciría considerablemente”, reconoció el primer ministro Joseph Jouthe durante una cumbre sobre las finanzas del país que este año se realizó de manera virtual.
Peligro de hambruna
La agricultura pesa apenas 21% en el PBI, pero concentra la mitad de los empleos, subraya el economista Etzer Emile.
Los campesinos haitianos, poseedores de explotaciones extremadamente pequeñas, han visto sus ingresos reducirse enormemente, lo que ha agravado sus dificultades para preparar la próxima cosecha, amenazada además en algunas regiones por la sequía.
Mucho antes que la pandemia de COVID-19 paralizara la economía mundial, Naciones Unidas había calculado que 40% de los haitianos tendrían necesidad de una ayuda humanitaria de urgencia en el presente año.
Esas proyecciones, realizadas en octubre de 2019, establecían que a partir de marzo de 2020 alrededor de tres millones de habitantes del país estarían en situación de insuficiencia alimentaria severa, el escalón previo a la hambruna en la clasificación empleada por la ONU.
Sólo las remesas enviadas por los haitianos que viven en el extranjero, que totalizan más de 3.000 millones de dólares al año en promedio, han evitado que el conjunto de la población caiga en la pobreza extrema.
Hasta ahora, esa suma representaba un tercio del PIB.
“Los haitianos dependen de las transferencias de dinero para la alimentación, la educación e incluso los funerales”, señala el economista Kesner Pharel.
Instalada en su mayoría en Estados Unidos, la diáspora haitiana ha sido golpeada de lleno por el desempleo masivo que afecta a la primera potencia mundial.
El Ministerio de Economía y Finanzas de Haití prevé que en los próximos meses esa ayuda financiera se reduzca en una cuarta parte.
“Se suele decir que cuando la economía estadounidense se resfría la haitiana sufre una pulmonía. Los millones de empleos perdidos en Estados Unidos van a provocar una agravación de la extrema pobreza aquí, sin dudas”, dijo Pharel.
Por Amelie BARON/AFP